El demonio ha poseído el cuerpo del diablo

26-10-2019

Australia siempre nos ha deparado carreras apasionantes, y la cita de esta madrugada en Phillip Island promete de nuevo grandes emociones.

Obviamente nuestro principal foco de interés se centra en la opción, complicada pero real, de Alex Márquez para convertirse en el nuevo campeón del mundo de Moto2.

Los anales del deporte están llenos de epopeyas de familias "campeonas”, de sagas de hermanos capaces de triunfar en muchas disciplinas. Pero el caso de la de Cervera es único en la historia del mundial de MotoGP (sólo comparable a los títulos de Carlos y David Checa en Superbikes y Resistencia, respectivamente). Lo de esta gente escapa a cualquier parámetro lógico o normal.

Ante esta premisa, y con el título ya en el bolsillo desde Burinam, más allá de la bulimia ganadora del 93 y su oculto propósito de ganarlo todo de aquí a fin de año, harían bien todos los pilotos de la parrilla (insisto: todos) en olvidarse de la frustrante comparativa con semejante marciano. Empezando por Quartararo.

Decíamos en esta misma columna con ocasión de la anterior carrera que el francés no debería obsesionarse con franquear un muro que, hoy por hoy, es absolutamente insalvable. Y lo mantenemos.

El de Honda es tan bueno, tan sumamente astuto, que después de noquear a toda la parroquia por KO técnico, ahora ha sabido endosarles una presión añadida, como si se hubiera metido dentro del piloto francés porque, ahora, el enemigo del pueblo ya no es Márquez, sino el propio Fabio.

En su día, Doohan y Stoner supieron investirse de un manto de imbatibilidad que hacía que sus rivales los vieran como seres absolutamente intocables. Hoy, esa misma patina de divinidad envuelve a Márquez hasta el extremo que cualquier intento de superarle no tiene futuro más allá de media docena de vueltas. Y de ahí el brutal botín de puntos que atesora en lo que llevamos de temporada: ¡350!

Asumido por todos que sólo una lesión puede descabalgarle del trono, el objetivo a batir ahora pasa a ser Quartararo.

Pero, amigos: Houston tenemos un problema. Fabio sólo tiene 20 años. Trece menos que Dovizioso, el segundo clasificado del campeonato… a 119 puntos, sí ¡119! de Márquez. El de Ducati, al que ni está ni se le espera en esta recta final de la temporada, está tan frustrado, tan desesperado de darse de bruces con ese muro llamado Marc, que no sólo se está planteando no renovar con su marca, sino que incluso podría plantearse la retirada a finales de este año. Márquez le ha dinamitado las meninges… como en su día lo hicieron Doohan o Stoner con toda la competencia.

Con toda una vida deportiva por delante, si el físico le acompaña, el francés es el hombre a batir, y el mejor situado para erigirse en el nuevo líder de Yamaha. Con un Viñales en crisis con el mundo, pero en especial consigo mismo, y con un Rossi que aunque es como la Reina Madre (que manda, pero no gobierna) se ha convertido en un holograma de si mismo. Se le ve, pero no está. Es como esas proyecciones sobre una pantalla de agua, que muestran cuerpos visibles pero inexistentes. La misión de Fabio no debería ser cruzar esa cortina, porque si lo intenta será el propio Vale quien cierre el grifo una décima de segundo antes de ver su leyenda en riesgo. El objetivo de Quartararo debe ser esperar su momento.